6 de febrero de 2010

1540 d.C (Capítulo 2: Libertad)


Mi padre decidió mi destino desde que nací, mi madre lo aceptó sumisa y ahora yo estoy hirviendo de coraje. Muy gentiles al comprometerme desde infanta, lo cierto es que no necesito de hombre alguno para vivir. 

No paro de discutir con mi padre, pero esta vez ha cruzado la línea de lo tolerable, por primera vez le alzo la voz de frente y le aseguro que no haré nada de lo que el ordena, mucho menos entregarme a ese inútil engreído.

Como la primer locura de mi vida decido huir, no soportaré que me traten de esa forma, como una niña o peor aún, como un objeto. 

La siempre fiel obscuridad me cubre en mi momento de arrebato y me escabullo por las habitaciones. Curiosamente me pierdo en mi propio castillo gracias a las pobres indicaciones que Joshua me da de algunos pasadizos secretos por si algún día decidía hacer lo que hoy.

Al final encuentro un muro, bastante alto, pero jalo unos barriles para poder subir, y trepo con tantas fuerzas que al estar arriba pierdo el equilibrio y caigo. ¡Maldición! me levanto con toda la dignidad que me es posible y cubro toda insignia delate quien soy; aunque ahora soy una tonta, pues no tengo idea de a donde o con quien he de ir, no tengo conocidos ni amigos. 

En mi desesperación comienzo a caminar distraída por el pueblo, un pueblo desconocido para mi, tropiezo con unos hombres, y comienzo a pensar en algo que hacía mucho no sentía, tengo miedo y me doy cuenta que me encuentro completamente desprotegida, la primera puerta que hallo pertenece a algo que parece un lugar de reunión; entro sin pensarlo y me acerco a la barra que está al fondo, veo botellas -Lo más fuerte que tengas- apenas atino a decir de acuerdo a las circunstancias y el lugar, el cual no denotaba que ninguna dama pusiera pie ahí.

Lo tomo de un sorbo, el sabor es detestable, pero esto me hace reaccionar de alguna forma, apenas y doy otro vistazo al lugar observando que las únicas mujeres dentro somos la tabernera y yo, entonces prefiero salir de ahí lo antes posible. Camino donde apenas alumbra un farol, pero escucho carruajes y caballos, alcanzo a ver que pertenecen a mi padre y van armando un alboroto buscando a la hija del rey.

Huyo en sentido contrario a ellos, siento que algo resbala de mi mano pero no me importa, lo que necesito es escapar de ellos, no pienso volver donde el albedrío se reduce sólo a una utopía. Apenas y puedo ver en las oscuras calles y vuelvo a caer, pero esta vez alguien me tiende la mano, una ayuda que rechazo al levantar la vista y darme cuenta de que es uno de mis captores y en menos de lo que ahora lo digo, me encuentro ya dentro del carruaje de vuelta a la jaula, pero estoy segura que pronto volveré a encontrarme en esas calles que me dan lo que mi corazón pide a gritos... libertad.