23 de diciembre de 2010

Munditia

Esperaba ansiosa el alba para poder tomar del Sol los rayos dorados que descienden hasta el río, convirtiéndose entonces en hilos para bordar. Esperaba poder ensartar la aguja y pasar por el lienzo la hebra entera, hilvanando el encaje que las diminutas olas del río formaban para ella y su vestido, que por el día, está lleno de luz del color del oro... que por la noche, borda de plata... y en algunas tardes lluviosas de todos los colores que el arcoiris pueda darle. Los hilos le llueven, transparentes los de agua, algunos adornos pequeños con granizo.

Un vestido de fiesta que usará el día en que muera.

A veces, su vestuario es blanco y helado, por la nieve que le llega. Otras tantas, se vuelve negro ante la ausencia de Luna o estrellas, suavecito por las nubes, o simplemente verde por los campos.

Cada momento, ansiosa y vanidosa, bordando siempre algo nuevo, vistiendo en todo momento diferente. El problema es que su tez se va manchando, al igual que su vestuario, los hilos de lluvia ya no bajan transparentes... a veces, los del Sol llegan incompletos, al igual que los de Luna. Los arcoiris se niegan a volver, cada vez con más frecuencia, y los campos, se vuelven opacos.

Ahora, está pensando en lavar su ropa con líquido de la vía láctea, está pensando quitarse la ropa y quedar limpia de todo... para quedar libre, desnuda e inmaculada aquella que ya no es virgen... aquella que ya no es pura.

Ese día, el día en que ella decida que sus vestiduras han sido rasgadas sin motivo y no valga la pena seguir bordando, se quitará todo... porque los hilos ya no encajarán en su vestuario... porque ya no habrá más adornos ni colores vivos. Ese día, comenzará nuestro apocalipsis.

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